Cuando se le reprendía con severidad, es fama que gritaba maliciosamente: ¡Viva la república! Al paso de los años, sin embargo, maduró su carácter, adquirió cabal conciencia del papel que le estaba reservado y fue un monarca generoso y excelente patriota; su simpatía, mil veces demostrada, supo granjearle el afecto del pueblo.
En cierta ocasión, durante una cacería, se alejó incidentalmente del grupo de los acompañantes y decidió sentarse a la sombra de un árbol. Allí estaba aun cuando se le acercó un labriego.
— Dicen que anda cazando por aquí el rey. ¿Sabe usted si es verdad?
Él contestó:
— Pues sí, eso dicen.
El otro replicó:
— Si es así ya me gustaría conocerlo.
Entonces el interlocutor le invitó:
— Pues véngase conmigo. Cuando lleguemos a donde está, verá que todos se descubren menos él. Así sabrá quién es.
Se pusieron en camino, y cuando llegaron a donde se hallaba el resto de la partida, el campesino pudo ver, en efecto, que todos se descubrían.
— Bueno —le dijo entonces Alfonso XIII—. ¿Sabes ya quién es el rey?
— Pues hombre... —repuso socarrón el labrador—: o lo es usted o lo soy yo.
Pero esta campechanía de Alfonso XIII para con los humildes distaba de hacerse extensiva a los encumbrados. Con éstos, por el contrario, solía ser estricto y aun puntilloso.
Una vez, las princesas, aquejadas de gripe benigna, hubieron de guardar cama. La noticia, naturalmente, circuló por los pasillos de Palacio. Un grande de España, muy allegado a la Corte, acertó a cruzarse con el rey, y se creyó autorizado a preguntar:
— ¿Cómo están las niñas, majestad?
A lo que el monarca, con marcada rigidez y sin siquiera detenerse, contestó:
— Las princesas están bien. Gracias.
Publicado por: Ohslho
La Paz, 27 de Abril del 2015
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